domingo, septiembre 16, 2012

Precios injustos y cartas inconclusas.

¿Cómo vendes lo que no tienes?

Avanzan las palabras sin saber qué decir
en una carta interminable a X,
impacientes letras que no entienden que no necesitan
saltar a esta nueva línea para que sigan siendo poema,
pero anda diles que no rimen ni que te necesitan, poeta.

En mayúsculas uno gusta de iniciar estas historias
quizá para llamar la atención de la memoria
o tal vez para no perder de vista el día
en que perdiste la cabeza
por un momento,
por un tiempo al que luego no sabes enumerarle los días.

Luego viene bien aderezar estas cosas con besos
que sin ellos los labios pierden importancia,
porque se prefieren las letras tartamudas en papel
a las palabras borrosas en el eco de una voz desgastando el aire.

La pasión suele quemar malos recuerdos
y el frío suele ser buena excusa para los mejores capítulos
de unas hojas que jamás serán reescritas con mejor tinta
que la de salibantes silencios,
antesalas todas
de noches en las hemos muerto.

Esta es una carta interminable de Y,
terminada veinte años después de empezarla,
con silencios a cuestas
y mentiras justas,
con exagerados títulos
y puntos aparte,
con sangre de verdad
y camas que empezaban en mis brazos
y terminaban en sus piernas,
con vidas sin comas
e historias sin puntos
(de verdad).

El vendedor de ilusiones
también las compra.


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