Te vi
paseando las manos en los bolsillos
y sonriendo sin saber que yo te
miraba
atónito de tan bonita que eras, que
eres,
todo lo que diga está demás.
Te vi sobrevolar la tarde como si
nada pasara
mientras tus hondas penas
descansaban en tus hombros cansados
y tú sin hacerles caso te encogías
en tu sonrisa
como enamorando el viento cuando te
miraba.
Y yo que no soy inmune a tus labios,
menos aún cuando pintan de rojo las
seis de la tarde
y tus mejillas hacen de cielo
jaspeado;
tus ojos de sol, tus ojos de luna.
Te vi sin saber que estabas ahí
y cuando lo supe, quise evitarte,
por miedo quizás, a todo lo demás,
me hice
el idiota como un superman con gafas
sin
poderes ni un comic donde contar esta historia.
Te dije
que no me gustas
Porque era
tan evidente lo contrario
Que afirmarlo
sería aún más tonto,
Te vi
aceptarlo como quien acepta el mediodía después de las once
Y sonreir
como quien apaga la tarde
Y con eso
me bastó
Para encender
mi noche
En los
faros de tus ojos
Cuando no
esperan barcos
Ni memorias
innecesarias.
Te vi
partir en el último tren de las doce
Y me vi
decirte adiós
Con una
pausa que asfixia
Con las
palabras bajando por la garganta
Hasta el
fondo de mi mudez.
Te vi
irte con tu sonrisa etérea
Y me vi despedirme,
como si mañana no te viera
Y me
bastará decirte chao, eterna,
(aunque a la distancia me parece que te vi
mirarme desde el tren y decir: yo también... te vi).
A la Rebeca de otro nombre.
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