viernes, abril 01, 2011

El día en que la E se convirtió en Z.

Estaba en la silla muy de madrugada,
los ojos rojos se hacían rosas en el espejo
que inmutable ante mi silencio
imitaba mi tímida expresión
y yo casi riendo en silencio
ocultaba los dientes
para no perturbar
aquella foto aterradora
de una felicidad fingida
en una madrugada eterna.

Estaba en la puerta
casi saliendo al universo
pensando en ella
-mientras-
acomodaba el anillo de plata en el dedo equivocado
con radiohead en mis oidos
y la esencia del café recién tomado
-mientras-
labios secos eran infectados
del rojo de unas palabras fáciles
y el azulgrana de unas manos recorriendo su existencia
-mientras-
estaba en la puerta
aquella mañana expectante
en que todo parecía inmutable.

Estaba siendo El mismo de ayer
viendo por la ventana del bus
con una sonrisa inacabable
que se reflejaba en la lunilla e iba a parar a mis lentes
desde donde me jactaba de mi alegría
cayendo en letras sobre una hoja
que nada de lo otro sabía,
pero ingenua existía
en un albor violado por mis ideas.

Estaba en el después
mirando paredes que nunca debieron moverse
con los ojos llanos a llover
y un horizonte de contactos
congelados en sus propias vidas,
estaba en el primer momento
con un hola haciendo eco en mi silencio,
mientras intento callar mis ojos
ellos se derraman en ojos ajenos
que rotos en cristales desgarran
el primer recuerdo
(dejando tal vez falsas memorias
en la silla de madrugada
que nada supo del resto).

Estaba en el momento indicado
con el reloj marcando las doce
y una espalda que se hacía angosta
en el camino sinuoso que daba a parar al olvido,
sólo escuchaba las punzadas de sus tacos (alejándose)
mientras me quemaba su labial
en un beso partido
y casi susurrado:
en francés vine enmarcada
y así
a'teloiv.

Estaba siendo é(l)
cuando me confinaron al z(er)
y nadie me avisó
en aquella silla de madrugada
que todo lo que vino después del primer hola
no importaba.



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