El doctor miraba su vaso cristalino mientras Jorge hablaba de su enfermedad como quien habla de su novia. Lo había acompañado una vida y ahora que se le iba a sus 40 años no le importaba bromear de la muerte. El doctor lo echó en la cama y con el estetoscopio iba examinando el respirar de un muerto que bromeaba de la vida, o al revés, que a estas alturas daba lo mismo, él ya había cobrado por adelantado. Jorge por su parte sonreía como niño al saber su fecha final. Salió del consultorio y se fue directo a la tía Camucha a pedir su huevo frito, su café, su coca-cola, que ni frío ni caliente, ni salud ni enfermedad, lo quería todo y nada a la vez. Estaba confundido al saber que moriría tan pronto y quería llenarse de todo lo que le faltó toda su vida.
Quería llenarse de errores.
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